20 juegos divertidos para niños en época de cuarentena
- Organizar y contar juguetes por colores
- Crear un campamento, debajo de la mesa del comedor o con una caja grande de cartón que pueden pintar o utilizando sábanas para hacer su casita. Se divertirán mucho, jugando con linternas y leyendo cuentos en sus casitas o tiendas de campaña.
- Jugar a los cocineritos…Cocinar juntos en familia es una actividad campeona, los niños aprenden volúmenes, porciones, tiempos, estados de la materia, vocabulario, memoria, pero lo mejor es que es una actividad para toda la familia. Pueden hacer además los gorros de cocineritos. Recetas fáciles y deliciosas con niños hacer arepitas, sopitas de verduras donde desgranen alverjas, maíz, hacer una deliciosa pizza con jamón y queso, muffins y ensalada de frutas.
- Trasvasar agua con esponjas de un recipiente a otro, jugar con esponjas, agua y jabón es una de las actividades más entretenidas que puede haber.
- Pegar pimpones en cinta de enmascarar. Se colocan las cintas gruesas de enmascarar alrededor de un arco o las patas de una silla, y podemos jugar para lanzar pelotas.
- Juego de golosa (se puede hacer con cinta de enmascarar) Saltar con retos es emocionante para todas las edades.
- Bolos: Pintar botellas plásticas o rellenarlas de agua con anilinas.
- Búsqueda del tesoro escondido o simplemente escondites.
- Juegos tradicionales de mesa, parques, dominós, ajedrez, cartas. El dominó es un juego muy competitivo lleno de estrategia y táctica.
- Títeres con medias:Las medias viejas o aquellas cuya compañera desapareció son las indicadas para convertirse en otra cosa. Lo único que hay que hacer es ponerse la media en la mano, buscar botones para convertirlos en ojos, algún hilo que haga de labios y el resto es imaginación para construir a el personaje. También se le puede dibujar la cara con fibra
11. Disfrazarse:Juego fascinante y bien recursivo. Qué mejor que tomar cosas de la mamá y el papá para recrear la imaginación. Pueden usar maquillaje, collares, cinturones. Y todo lo que se les ocurra.
- Sombras chinas:Este es uno de los juegos más legendarios y divertidos. Solo será necesario una lámpara, una pared sin cuadros o una tela y las manos. Delante de la luz se harán formas con los dedos que serán proyectadas como sombras en la pared. Es ideal para que los más chicos disfruten y se sorprendan al ver las formas.
- Karaoke: Bastará encontrar alguna aplicación o alguna pista en internet para comenzar a cantar en familia. Gana quien se divierta más.
- Bailar especialmente canciones de expresión corporal.
- Manualidades, que delicia hacer todos en familia un arcoíris en la pared o en una cartulina un dibujo de la familia.
- Organizar fotos y oír historias de cuando nació el niño y cuentos de toda la familia.
- Sesión de cuentacuentos. Cada uno elegirá un cuento corto y deberá leerlo o representarlo a los demás. Es una estupenda manera de que participen en una actividad que implique la expresión verbal y además promueve la afición por la lectura.
- Jugar a las adivinanzas: estas estimulan la inteligencia, el suspenso y la imaginación.
- Pintar con acuarelas o libros de colorear es fascinante, inicialmente les gusta acompañados y así podemos enseñarles a utilizar las pinturas y acuarelas.
- Organizar los juguetes por categorías, o jugar a meterlos en canecas rápidamente. Hará que se sientan importantes y participes cuando el juego ha terminado.
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Escogiendo Colegio Grande para mi niño chiquito…
Creo que nunca había estado tan indecisa en mi vida ni cuando iba a escoger carrera y universidad. Ufff, esto de pensar en dónde van a estudiar tus hijos no es tan fácil, es que no es sólo eso, es todo: quién los va a cuidar durante todos los días los siguientes trece años, con quiénes van a estudiar, quiénes se volverán sus amigos, y qué decir de los profesores, ¿serán -además de buenos profesores- buenas personas? Las dudas nos persiguen porque esta es una decisión que tomamos los papás pero que afecta directamente la vida y el desarrollo de nuestros hijos.
Cuando pienso en el Colegio Grande todavía veo a mi hija como una niña chiquita… Mi niña tiene 4 años y para algunas cosas siento que aún es pequeña, por ejemplo: para levantarse a las 5 de la mañana y volver a casa después de las 4 de la tarde tras tener una jornada exhaustiva de aprendizaje y juego. ¡Uy, y las tareas! Esa condicionante de hacer deberes escolares también me preocupa. ¿Cómo si llegan a las 4 de la tarde de haber estudiado todo el tiempo voy a sentar a mi enana a hacer tareas, así sea una tarea cortica de media hora? ¿A qué hora pretenden que juegue con su hermano (o que pelee con él, porque es parte de la convivencia), en qué momento la disfruto yo? Y además todavía se tiene que bañar, arreglar su ropa para el día siguiente y hacer toda la rutina previa a dormir… ¡en qué momento lo vamos a hacer! Si antes Arisa se dormía a las 7 para levantarse 12 horas después ahora tendrá que dormirse a las 6 (si el sueño no la vence antes).
Aquí tengo una de las tantas reflexiones que he hecho durante esta toma de decisiones: la decisión que tomemos como papás (referente a todo, no sólo al Colegio) puede no ser la correcta pero siempre la habremos tomado con la mejor consciencia y el mayor cuidado pensando en el bienestar y en el porvenir de nuestro hijo. Los papás también cometemos errores pero el primero es dudar todo el tiempo respecto a si metimos al niño al mejor Jardín, si la hora de dormir será la adecuada, si estamos poniendo límites muy severos o si somos muy permisivos, si el colegio que elegimos será la mejor opción, etc. Los niños necesitan tener papás seguros de sí mismos, humildes para reconocer que están aprendiendo al momento de ejercer la paternidad y con el valor necesario para rectificar el rumbo si es que se han equivocado. La mejor opción siempre es la que se toma en dos sentidos: con la razón y con el corazón.
A dónde quiero llegar con aquello de la decisión tomada con la razón. Aquí es donde tenemos que hacernos las siguientes preguntas: qué tipo de educación queremos brindarle a nuestro hijo (laica, mixta, bilingüe, libre pensadora, militar…), qué valores quiero que tenga la escuela de acuerdo a los valores que tenemos en la familia, si nos gustan los proyectos que manejan en el colegio, las pensiones mensuales se ajustan al presupuesto familiar, entre muchas otras preguntas de carácter “duro”. Por otro lado, también debemos cuestionarnos con el corazón no tanto la edad ideal para entrar al Colegio sino la madurez que tiene nuestro pequeño para enfrentar este reto; dejarnos guiar por sus profesores del jardín será vital ya que ellos son quienes siempre los han visto en “acción”, ellos nos podrán orientar para saber si nuestro hijo es lo suficientemente autónomo, independiente y seguro de sí mismo para emprender esta nueva pero difícil aventura.
Por otro lado está la parte del corazón donde el punto principal es conocer a nuestro niño: cómo es, qué le gusta, en qué es bueno, qué le queremos reforzar y sobre todo, nuestro instinto de papá y mamá. Si hay algo que he aprendido durante nuestro paso por el Jardín (acompañando a mi hija en esta etapa preescolar) es que no todos los colegios son para todos los niños y no todos los niños son para todos los colegios. Si nuestro hijo tiene una inclinación por el arte, probablemente busquemos una institución donde las actividades con pinceles, colores y temperas sean parte del día a día además de las asignaturas básicas de conocimiento, o si ama por sobre todas las cosas jugar fútbol, seguro querremos matricularlo donde hagan énfasis en la práctica deportiva durante las actividades extracurriculares, si nuestro chiquito requiere atención constante buscaremos entonces una alternativa de grupos pequeños y trato personalizado, sin embargo, siempre seguiremos nuestras corazonadas.
Las corazonadas (instinto) habremos de seguirlas una vez que hemos depurado todas las preguntas que nos hace la razón haciendo una lista de “palomitas” o “taches” de acuerdo a los requisitos que cumplen o no los Colegios que hemos visitado (generalmente vemos muchas opciones). Ya teniendo en la lista pequeña dos o tres opciones, el corazón nos guiará a tomar la mejor decisión: en qué colegio nos sentimos más a gusto como familia y en cuál creemos que se desempeñará mejor nuestro hijo.
Sin duda el Colegio Grande es uno de los tantos retos que afrontaremos con nuestros hijos… Al principio, el Colegio es grande para nuestros chiquitos, pero después el colegio les queda chiquito y la decisión de la siguiente etapa escolar ya les toca tomarla a ellos.
Luz del Carmen Flores Alcázar
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Nuestros hijos no son los mejores…
“¡Es el león más lindo de todos!”, les decimos emocionados a nuestros hijos cuando nos enseñan su primer garabato hecho con crayola amarilla. En realidad, el niño nos ve tan emocionados darles un beso, el abrazo más apretado y empezar a cantarles una porra que no les damos tiempo de pensar ni de decir absolutamente nada, ni siquiera pueden hacernos saber que su dibujo no es un león sino una nave espacial. Pero no nos preocupemos por eso, ya empezarán a revelarse y a hacer sonar su voz para decir “Mira mamá el cohete que hice”.
Poco a poco, con este tipo de actitudes que nosotros como adultos pensamos como “reforzamiento positivo” los niños interiorizan que a nuestros ojos siempre estará perfecto lo que hagan, que ellos son los mejores en todo… y cómo no van a sentir eso si todo el tiempo les hemos dicho que brincan más alto que sus compañeros, que son los más inteligentes del mundo, que su voz es la más entonada del coro, en fin. Constantemente les aseveramos que son LOS MEJORES y MEJORES que cualquier otra persona.
Me dí cuenta de lo anterior cuando lo experimenté en carne propia: soy la primera que la felicita por todo a mi hija y ahora que empezó a tomar clases de patinaje yo estaba en primera fila elogiándola. Durante la clase, hubo una competencia y, naturalmente, Arisa participó con toda la emoción del mundo, se divirtió muchísimo pero quedó en segundo lugar. Acabada la clase, tenía a una niña frustrada llorando porque no ganó el “huevo kínder” de premio. Para consolarla, la abracé fuerte mientras le decía lo orgullosa que me sentía de ella y de todo lo que ha logrado con tanto esfuerzo y dedicación pero que no siempre se gana. Ella secó sus lágrimas y muy inteligentemente me pidió que le comprara un “huevo kínder”. Estuve a punto de sucumbir a tal petición pero preferí enseñarle a mi niña dos cosas: ganar el primer lugar no es lo importante, sino el esfuerzo y dedicación que ponemos al hacer las cosas, que debemos disfrutar de los juegos, de las competencias o de las tareas sin buscar un premio como un chocolate o una medalla, porque el premio real será la satisfacción que tendremos y los recuerdos lindos que esto nos genere. Por otro lado, también le comenté que siempre habrá alguien mejor que nosotros en alguna actividad y nosotros seremos mejores en otra cosa, pero que esto no quiere decir que seamos buenos o malos, sino por el contrario, que tenemos que reconocer que hay gente más hábil que nosotros en el deporte o en el arte, por ejemplo, y que quizá, nosotros seamos mejores en la lectura o en armar rompecabezas, pero que podemos ayudarnos y admirar al otro en lo que hace bien.
No está mal que les echemos porras a nuestros niños y los motivemos a ser mejores, pero no nos equivoquemos: una cosa es incentivarlos y otra, muy diferente (y dañina) es hacerlos creer que son el número uno. ¿Cuál es la diferencia? Incentivar es animarlos a enfrentar los retos, a perfeccionar la actividad que están llevando a cabo mediante la práctica, es hacerles ver que pueden aprender de sus errores para que la siguiente vez que lo intenten les sea más fácil emprender la tarea y culminarla con éxito. Hacerlos creer que son el número uno y que son el centro del universo (aunque para nosotros lo sean) lejos de ayudarles, les crea un sinfín de problemas y estos problemas se convertirán en nuestros en un futuro no muy lejano. A través de estas acciones lo único que fomentamos en ellos es la incapacidad de aceptar retroalimentación de cualquier tipo y hacerlos intolerantes a la frustración, al mismo tiempo que los volvemos egocéntricos y poco empáticos con su entorno, es crear unos pequeños “monstruitos” que estarán lejos de tener la humildad de reconocer errores, es alejarlos de la condición humana de equivocarse y crecer personalmente mediante el aprendizaje que esto nos brinda, es tornarlos caprichosos porque les hemos fomentado que ellos merecen todo. Es importante enseñarles a valorar todo lo que aprendemos en el proceso de mejorar: lo que ganamos en disciplina, en paciencia, en perseverancia, en entusiasmo, etc., y que eso nos hará mejores personas porque estamos desarrollando habilidades humanas.
No busquemos el premio mayor de la lotería ni que nuestros hijos sean el primer lugar en el concurso de ciencias, enfoquémonos en ayudarles a ser mejores personas, en aprender de sus errores, reconocer sus debilidades y en hacer de ellos la mejor versión de sí mismos porque sólo así disfrutarán todo lo que hagan. Eso, entonces, será lo mejor que les pueda pasar.
Luz del Carmen Flores Alcázar
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El valor de la gratitud.
¡Estoy agotada y lo único que quiero –necesito, más bien- es que se duerman mis hijos de una vez por todas!
Generalmente, quienes tenemos hijos pequeños vemos las últimas horas del día como la luz al final del túnel. Esos “últimos” minutos de andar corre y corre para poner pijamas o perseguirlos para que ellos solos se la pongan, se laven los dientes y se metan a la cama sin chistar esperando que al apagar la luz y cerrar la puerta no se vuelvan a salir de ahí, parecen los minutos más largos de la historia, sin embargo, siempre será importante cerrar el día con nuestros niños antes de cerrar la puerta de la habitación.
Cerrar el día no es más que tomarse unos minutos para estar en calma y recapitular sobre lo más relevante que nos sucedió durante el día, agradecer por todo lo lindo que vivimos y también por los aprendizajes que nos dejaron las cosas no tan agradables que nos sucedieron.
Personalmente, creo que este “ritual” es muy importante para la relación papás e hijos: es el momento en que los papás tenemos la oportunidad de brindarles (una vez más) tranquilidad y seguridad antes de dormir, haciéndoles saber que cuentan con nosotros y que estamos con ellos escuchando sus reflexiones (qué vivencias les gustaron y cuales les generaron angustia, enojo o alguna otra emoción sobre la cual trabajar de ahora en adelante) conociendo cuáles son sus anhelos y/o preocupaciones cuando también le piden al niño Dios sobre cuestiones específicas, pero sobre todo, es el espacio perfecto para hacerles cariñitos compartiendo en silencio, disfrutando el momento y nada más.
Cuando educamos en valores, nuestros niños crecen en la parte humana más rápido que como lo hacen físicamente, su corazón se agranda y destilan amor por todo el cuerpo, en sus acciones, con sus sonrisas y hasta sus travesuras tienen ese toque mágico que los hace aún más especiales. Enseñarles el valor de la gratitud les permite disfrutar hasta los más mínimos detalles y no solamente las cosas materiales, los hace más receptivos a las cosas que los rodean pues aprenden a darle un valor significativo a que hubo un día soleado y que por ello pudieron salir al parque, a que Sofía y Pablo vinieron a la casa a tomar onces, que papá llegó temprano del trabajo y pudieron cenar con él (agradeciendo que papá tiene un trabajo y que jugaron un ratito con él antes de dormir)… La lista es inagotable, pero los niños aprenden que las cosas no estarán ahí sólo porque sí y, por el contrario, valoran cuando las tienen.
Gracias a Dios, mis hijos ya están dormidos y puedo escribirles estas palabras mientras -con calma- me tomo un café que estará calientito hasta el último sorbo: agradezco que mis niños hayan llegado a poner caos y más alegría a mi vida.
Luz del Carmen Flores Alcázar, Blanco&Negro
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Cuando mi hija me regañó, aprendí.
Cuando creí haber perdido la razón, mi hija de 3 años me hizo encontrar la manera de razonar de nuevo. Enloquecida y estresada porque el bebé lloraba y ella no quería hacer la tarea, grité. En ese instante, la cara de susto y decepción de mi hija me hizo sentir la peor mamá del mundo pero, lo que más me dolió fueron sus palabras: “Mamá, no me gusta que me grites”.
La reflexión llegó de manera repentina y como balde de agua helada sobre mi cabeza. Mi hija tenía todo el derecho de exigirme que no le gritara pues, aunque sea su madre, no tengo por qué hacerlo. Decidí hacer un trato (últimamente esa es la manera en que ella y yo nos comprometemos para realizar ciertas actividades) después de pedirle una disculpa seguida de un gran abrazo lleno de arrepentimiento.
Los niños entienden, son sabios. Bajo esta premisa inicié entonces la siguiente reflexión: Mamá: ¿Sabes por qué gritó mamá? Arisa: Sí, porque no hago caso. Una vez dicho lo anterior, empezamos a hablar dejando a un lado dos palabras terribles que lejos de reformar sólo causan miedo: regaño y castigo. Empezamos a hablar de CONSECUENCIAS.
Me tomé el tiempo necesario para explicarle a mi hija que las consecuencias no son otra cosa sino la respuesta a nuestras acciones, ya sean buenas o malas. Puntualicé que si queremos consecuencias positivas debemos hacer cosas buenas, hacerlas bien o, en su defecto, recapacitar en el momento, pedir una disculpa, reconocer si hemos hecho mal, en fin. Cerramos la charla con un pacto: ambas estaríamos dispuestas a ceder. Ella haría caso y yo dejaría de gritar, así podríamos entendernos.
Esto ha servido para mejorar la relación entre las dos. Es obvio, la manera natural de comunicarse no es con gritos ni con amenazas, tal como sucede cuando hablamos de castigar y regañar ya que los niños, con estas medidas, sólo actúan por miedo a que les quitemos un juguete y no realmente porque estén interiorizando la importancia de hacer o no ciertas cosas, de pedir una disculpa, de ayudar, etc., en cambio, al hablar de consecuencias, los niños aprenden a reflexionar y a pensar antes de hacer (o no) las cosas. También, las consecuencias nos permiten establecer parámetros de comportamiento, por ejemplo: si brincas en el sillón (además de no estar permitido en casa), como consecuencia tendremos un mueble maltratado y un golpe en la cabeza. Si te pegas en la cabeza, puede salir un chichón o si es muy fuerte puede salir sangre y, tal vez, tengamos que ir al doctor. Y, si esto pasa, quizá no podamos ir a nadar el fin de semana.
Hablar de consecuencias nos invita a pensar y a dialogar con los hijos. Evitemos usar los castigos y los regaños; utilicemos la capacidad de razonamiento de nuestros niños, enseñémosles a pensar y a hacerse responsable de las cosas que hacen o dejan de hacer, teniendo en cuenta que nuestro papel es educar. Eduquemos con amor y paciencia, que es lo que ellos se llevarán consigo el resto de su vida.
Luz del Carmen Flores Alcázar
Centro Infantil Blanco&Negro
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Tecnología y juego.
Hablar de la combinación perfecta entre tecnología y juego es realmente complicado… Hoy en día, vivimos inmersos en una realidad que va más aprisa que nuestra capacidad de entender y afrontar la vida tal como era hace algunas décadas, como cuando nosotros fuimos niños y nuestros padres nos educaron sin tecnología, a punta de juegos y el uso interminable de la imaginación.
¿Qué ha pasado? Aunque la culpa no se la podemos atribuir a un factor específico, personalmente (como mamá) considero que son un cúmulo de razones por las que ahora acudimos a la tecnología como auxiliar educativo y/o pasatiempo para nuestros hijos, ¿por qué? La vida actual nos demanda más tiempo, la rutina nos ha acelerado, vivimos en un constante corre y corre porque en el afán de querer cumplir todas nuestras metas se nos olvida que la vida en sí tiene su propio ritmo. Así es: nos despertamos corriendo para arreglarnos e ir al trabajo, tenemos que llegar a tiempo porque tenemos una reunión importante en la cual nos asignarán -seguramente- tareas cuya fecha de culminación es muy próxima, entonces trabajaremos horas adicionales, almorzaremos en el escritorio mientras trabajamos y saldremos, otra vez corriendo, justo antes de que los niños se duerman porque mañana el día estará igual de acelerado al día de hoy y, por lo menos, queremos verlos despiertos así sea sólo por cinco minutos.
Al llegar a casa, los niños aún están despiertos (justo como estábamos esperando) y su alegría al vernos es infinita, entonces el sueño se les olvida cambiando los bostezos por incontenibles ganas de jugar, pero nosotros ya estamos cansados, nos queremos sentar a tomar un café y, la mayoría de las veces, no queremos jugar a las escondidillas o a la persecución de carritos por el piso de toda la casa… Nuestra salida más fácil y que también resulta muy atractiva para los niños, es el uso de la tecnología, ya sea la televisión, la tablet o el celular.
Que no se nos olvide que la labor más importante de los niños es justo eso: ser niños y ser niños consiste en jugar utilizando su imaginación y su creatividad, donde puede ser más divertido meterse a una caja de cartón y pensar que es un cohete espacial que va a la luna. Permitámosles vivir su infancia, ensuciarse las rodillas de lodo, regresar a casa con las manos sucias después de haber pasado una tarde en el parque juntando ramas secas para hacer una fogata… La niñez es una etapa que pasa muy rápido y que jamás regresará; lo que ellos no hagan ahorita de niños (columpiarse, jugar algún deporte, soplar burbujas, correr al aire libre) no lo harán después, sin embargo, cuando sean mayores, seguramente pasarán la mayor parte del tiempo detrás de un escritorio teniendo que usar la computadora ya sea por hacer tareas del Colegio o Universidad, trabajando realizando informes y presentaciones y, muy pocas veces, les quedará tiempo -y posiblemente- ganas, de salir a caminar al parque y disfrutar de las cosas sencillas e invaluables que nos brinda la vida.
Luz del Carmen Flores Alcázar
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4 recomendaciones básicas para aplicar la disciplina positiva en casa
Muchos hemos escuchado hablar sobre el término “disciplina positiva” y seguramente lo primero que se nos viene a la mente son unos padres que educan a sus hijos bajo el permisivismo, un hogar sin muchas reglas y muy poco control de las situaciones difíciles y malos comportamientos de los niños.
Déjenme contarles que se trata de todo lo contrario. Si bien es cierto que definir límites contribuye a educar a nuestro hijos de una manera más beneficiosa para todos, la disciplina positiva consiste en una estrategia para saber cómo manejar una situación de conflicto con nuestros hijos de una manera razonable y calmada, sin sobrepasarse como adulto para simplemente “tener la razón” ante una conducta inapropiada del menor. Y es que manejar correctamente la forma de expresarse tanto verbal como físicamente va a ser clave para resaltar lo positivo y minimizar los comportamientos negativos en nuestros hijos.
Aquí les comparto algunas recomendaciones para llevarlo a la práctica.
1.Conectarse con el niño: Esto se refiere a ponernos a su altura y hablarle mirándolo a los ojos con una voz calmada pero firme.
2.Validar la emoción (“Entiendo que estás bravo porque….” o “estás llorando porque querías…. “.): Esto va a traer como consecuencia que el niño se calme porque nosotros estamos entendiendo sus sentimientos y emociones en ese momento.
3.Redirigir: Esto es, presentando al niño dos opciones para lograr resolver el inconveniente
4.Felicitarlo cuando haya logrado superar la situación: Este para mí es el punto más importante. Como padres, estamos pendientes de intervenir cuando los niños se pelean, cuando existe una agresión verbal o física y esperamos justo ese momento para intervenir. Ahora, yo les pregunto: Por qué no los felicitacitamos y elogiamos a los niños cuando están compartiendo y jugando de manera plena y feliz?
Estamos programados para corregir, alzar la voz o reprimir a los niños constantemente, porque para nosotros ese es nuestro rol como padres. Pero entendamos que nuestra labor es educar en función del ejemplo y del autocontrol. Si también somos partícipes en los momentos de logros (por muy pequeños que sean) los niños van a empezar a cambiar su comportamiento ante nuestras normas y límites pre-establecidos.
«Los niños actúan bien cuando se sienten bien”, Jane Nelsen, gurú de la Disciplina Positiva
Y quisiera terminar este artículo invitándolos a aplicar el autocontrol en esos momentos de conflicto. Aunque no resulta una labor fácil, tampoco es imposible cuando aplicamos estos tips y bajamos el ritmo al nivel de nuestros niños, nos mostramos abiertos a entenderlos y sobre todo, educarlos con paciencia y muchísimo amor.
Por: Maritza C. Guédez
www. jardinblancoynegro.edu.co
Fuentes:
www.serpadres.es
Angela Gaitán- Coordinadora Académica Jardín Blanco y Negro.
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Ya es momento para quitar el pañal?
¿Ya está listo tu hijo para quitarle el pañal?, o ¿Ya están listos los papás para esta tarea?
Este es para el niño un proceso natural de aprendizaje, pero produce un poquito de ansiedad a los papás que desean que su hijo consiga el control de esfínteres lo más pronto posible. En realidad, es una tarea que muchas veces la vemos más difícil de lo que es, razón por la cual es importante que los papás conozcan cómo pueden ayudar, y acompañar a sus niños en este proceso.
Es fundamental que tanto padres, como niñeras y profesoras, tengan en cuenta que cada niño es un caso particular y en la medida que esté preparado y no sienta tensión en su ambiente, el proceso será exitoso. Lo más importante es tener paciencia y una actitud positiva frente a lo que se va a enseñar.
Es clave que en el momento en que se inicie el proceso se perciba tranquilidad sin cambios repentinos en la cotidianidad (vacaciones, llegada de un hermanito, paso de la cuna a la cama, cambio de vivienda, etc.).
Recuerda, este es un proceso normal del desarrollo y tu hijo necesita todo tu apoyo y acompañamiento.
¿Como iniciar?
Para iniciar los papás deben estar seguros que definitivamente el niño está preparado (tiene más de 2 años, el pañal permanece seco durante la siesta, sigue instrucciones sencillas y puede bajarse y subirse pantalones solito.) También que los papás le pueden dedicar tiempo y que se quitará el pañal durante el día.
Recomendaciones para tener en cuenta:
- Aprovecha los momentos en que puedas enseñarle y apóyate con cuentos y videos que muestren el tema y con muñecos con los que puedan jugar a sentarlos en la miquita o el sanitario para hacer la demostración.
- Ponle al niño ropa holgada y fácil de quitar.
- Haz de éste un momento agradable, canta con él, léele cuentos, trasmítele mucha tranquilidad y llénate de paciencia mientas está en el baño.
- Sienta al niño en la mica por 10 minutos (máximo), a veces en este lapso de tiempo no se obtienen resultados y pasados unos minutos el niño se orina. Esto es parte del proceso y una forma de entender acciones y consecuencias.
- Enséñale la consecuencia de orinarse, cuando ocurra no lo cambies inmediatamente, déjalo que se sienta mojado. Puede ayudarte a lavar la ropita y el piso si este se mojó.
TIPS PARA UN CONTROL EXITOSO:
Estimular la etapa del «Yo solito»
Dar instrucciones simples.
Demostración con su muñeco preferido.
Enseñe al niño a estar sentado y quieto en la mica (la relajación es más fácil sentado, recuerde que sentarse más de 10 segundos es un progreso)
Se puede llevar el niño al baño inicialmente cada hora y media.
Dar abundantes líquidos en el día, ya que así ayudará a que orine más veces y así mayores oportunidades tendremos para enseñar.
Nunca interrumpa el juego del niño., Evite distracciones en el momento de la práctica.
Cuando el niño haga pipí o popó en la mica, debemos premiar el éxito con gestos, abrazos, besos y decirle que lo que ha hecho está “MUY BIEN”.
Vamos a pedirle que “avise que tiene que ir al baño” y así poco a poco lo estimularemos para su independencia y autonomía.
“Animo papás, con persistencia, cariño y mucha paciencia lo van a lograr”.
María Clara García
Directora Jardín infantil Blanco y Negro
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